martes, 7 de julio de 2009

Dilema moral del día del padre.

Cuando pienso en Álvaro Uribe Vélez como niño, me lo imagino en una finca antioqueña corriendo detrás de alguna tía monja (o vestida de monja) mientras que usa un pantaloncito corto, color café con tirantes y una camisa de manga corta pero abotonada al cuello. Esto es producto de mi imaginación y no es ninguna verdad periodística, solamente ficción, pero ficción que bajo ninguna circunstancia sería descabellada, es decir, no es ciencia ficción. No dudo de los profundos valores morales del señor presidente, estoy seguro de su ferviente devoción por la Santísima Trinidad y el Sagrado Corazón de Jesús, creo en sus confesiones semanales junto a José Obdulio Gaviria y ante monseñor Pedro Rubiano (insisto, esto es ficción, no puedo probar lo que estoy diciendo). En consecuencia no puedo dudar del insondable dilema moral al que por estos días enfrenta el señor presidente de la República del Sagrado Corazón de Jesús, estimo, dilema únicamente comparable al de la virginidad de la hija (hipotética) amada. Es que ser padre de 40 millones de colombianos, su guía espiritual, económica, política, humana y demás, un conglomerado de población tan necesitado de amor paternal, de consejos sabios y de evasivas amorosas, es una responsabilidad que no cualquier mortal esta ni en la disposición ni en la capacidad de asumir. Porque no solo la mente adelantada y visionaria del ilustre e hidalgo don Álvaro Uribe Vélez, omnipotente benefactor de la patria y de la buenas costumbres, quien representa la salvación divina y profética de esta tierra sembrada de sangre, sino que el corazón amplio, caritativo y dadivoso de tan idolatrado líder es la única esperanza que tenemos los siervos de la patria para poder sobrevivir a nosotros mismos, ya que el pueblo colombiano, ahogado en aquella ignorancia sembrada de forma sistemática por los siglos de lo siglos, es el culpable de las muertes y desamparos de una guerra terrorista que fue fundada en el seno de la patria boba. Por eso, con el amor de patria que me embarga al escribir el presente, solicito comedida y apasionadamente, que no sea Álvaro quien nos abandone a nuestra suerte, y que no nos olvide en la ambigüedad del tiempo y que sea el quien no siga guiando por otros 4 años más, amparado en una constitución que le proteja de sus detractores y enemigos. Alvarito presidente de los Colombianos por hoy y por siempre.

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